Buscar este blog

sábado, 19 de marzo de 2011

Dolió (2ª parte)

Ciegos son tus ojos,
mas no tanto como los míos.
Vivieron caprichosos,
sedientos de tu luz.

Leí tus mentiras, me creí tus miradas.
Jugaste y yo te acompañé,
bailando al ritmo de tus farsas,
creyendo y queriendo
seguir el compás de tu
maldita hipocresía.

Pareces tener sed,
diría que quisieras beber
de mis propias lágrimas


                                   Del manantial de las penas
                                   no cesan de brotar.


¿Cuándo vas a saciarte?


                                    … dímelo
                      … no alargues esto
o creeré que buscas mi amargura.

No hace falta insinuarte
cuántas líneas has de escribir
para que el agua sea dulce,
y no te atragantes
con pedazos de mi alma rota.

Si quieres yo te lo cuento,
pero no me hagas repetirlo dos veces;
no lo voy a hacer.

De dignidad va la cosa,
de propia supervivencia,
de retener en mí lo poco que queda.

¿Y crees seguir mereciendo
que te lo repita?

Lo haré… siempre…

                                               ¡NO!


    …

        …

             …



No todos somos piezas de tu tablero.

Quisiera poder moverme por mi cuenta,
atacar o defenderme,
mirarte a los ojos y decirte
si te quiero
                                   o te quiero más aún.


Dolió…

… convencerme de tu peligro.

Puse fin sin saber muy bien lo que me proponía
puse fin por la incógnita de esa primera vez,
por sentirme débil y por el qué dirán.

Y que me quemen si lo vuelvo a repetir.

Pero rompí porque ya no soportaba
tanto rechazo.

Me fui,
por el ocaso de la mayor de mis virtudes.


Piensa… ten paciencia…


Yo la tuve,
hasta que acabaste con ella.


   …

       …



Dolió

obligarme a dejar de verte como
la más perfecta de las creaciones,
algo más bello que una segunda mitad,
porque bello es tu significado.

Ya cada parte de mí es tuya.



Necio fui al pensar
que la suerte llega a pares
y que los recuerdos son solubles,
que sólo los desalmados olvidan
y que olvidarme de ti
sería peor que vagar sin alma.

Intenté imaginar una vida
salpicada de extrañas sonrisas
y miradas transparentes
con falsedad respondidas.

Y al instante vi abismos…

Entonces nada dolió tanto como
la crueldad de mi mente.


Por mostrarme equívocas salidas,
por querer engañarme inútilmente
cuando ya todo mi cuerpo danzaba
a un único compás.

Nada dolió tanto, te digo…

… nada…

… nada, excepto tú.


Que te entregaste a otros brazos
como corren los ríos hacia el mar,
caprichosa e inexorablemente.

Nada excepto tú,
que desde tu misterioso y estrellado cielo
lanzabas destellos de
falsas esperanzas.

O eso creía yo,
porque así me lo hacías ver.


Iluso me llaman,
iluso por creer que mis historias saben volar.
Y tampoco quiero engañar a nadie
fingiendo no serlo.

Pero no desoigas mis palabras cuando te digo,
aunque ocurran mil malentendidos,
que sólo los ilusos acarician los sueños.

Y si esto no es suficiente para que
mis confesiones hagan mella en ti,



                                               quédate y escucha



… escúchame por primera vez en tu vida,
no apartes la mirada de estas líneas,
ten la decencia de no convertirlas
en sordas palabras.

Porque en ellas me he reflejado,
en ellas me he humillado…

porque lo menos que merezco
es ser escuchado.

   …

      …


Soñar como nadie,
llegar más lejos aún que ningún otro.

He conocido el confín de las ilusiones.

                                   Tú me hiciste llegar allí.

Sin saber siquiera si puedo presumir de ello,
¿qué me queda sino regresar?


Jamás me pierdo en mi laberinto
de lo posible,
mas temo no saber dónde llega a acabar.
Nunca te daré la satisfacción
de haberlo reducido a cenizas,
me recordarás, en cambio,
que tu amor le dio forma al fin.


Dime
cuándo volverás a ser tú,
cuando dejarán de sucumbir tus ojos
ante tanta superficialidad.

                                   ¿Por qué no te das cuenta?

Y entonces yo,
por mucho que nada doliera tanto como tú,
mi rostro así surcado
por lágrimas de sangre,
no seré desalmado y
suplicaré…

… aun teniendo que presenciar
mil amaneceres
tras mil noches en vela.



Esperaré
como hago siempre…
Y aunque nadie haya soportado
este sufrimiento,

lloraré, pero por amor.

Lloraré hasta ahogarme
en mi pozo de las ilusiones,
pero antes te ahogarás tú
conmigo,
                        para siempre.

... y si dolió,
cantarás tus canciones
susurrándolas en mi oído,
curarás con tus besos
mi alma y tus errores.






Perdóname,
por no saber perdonarte.


Te perdonaré,
cuando sepas cómo curarme.


Porque no sabes cuánto dolió.

Dolió (1ª parte)


DOLIÓ



Dolió

que no supieras dónde estaba…

…o que no quisieras saberlo.

Mientras soñaba con la miel de tus labios,
cuyo camino por tu cuerpo
no pude recorrer,
tú creías estar arriba,
no dudabas en mirar desde tus propias estrellas,
esas que para mí eran veneno.


Y me moría por dentro…


Porque a veces no sé lo que siento
al observarte siempre desde mi propio abismo.
No deseo algo así.

No puedo.

Pero aquí estoy, queriéndote,
culpándome y deleitándome por ello.

Tú, en cambio, sigues sin saberlo.



Ciegos son tus ojos.
No sé por qué…



No quieres ver. Crees ser la perfección.
Y lo eres, por eso soy ahora dos:
uno, el que te quiere;
el otro, alma que camina sola,

…sin órdenes…

…queriendo perderse en ti.


                                                          
                                                           Dolió
No poder jugar con las sombras
de tu perfecta claridad.

A veces no sé si las tienes.

Contigo el desamor no es oscuro,
sino algo que los segundos transforman en vida,
en la miel que emana de tus labios,
dulce como el odio que siento por ti.

Jamás consigues dar forma a tu oscuridad.
La escondes. No eres más que luz para mí…


                                                           … y dolió.


Pero nunca lo hizo
el vagar por el mundo onírico.
¿Por qué habrían de aflorar las lágrimas
cuando evoco tu imagen?

Jamás lo harán, no mientras sueñe.

Pues es entonces cuando más me alzo,
llego a ser estrella tuya,
almirante entre capitanes,
conquistador de tierras soñadas.


Ya mi vida se pierde cuando despierto.

Y dudo.

Y entonces sí,
es entonces cuando nacen dos lágrimas en mis ojos,
perlas como los tuyos cuando sonríen.


Soy algo insignificante en tu jardín,
apenas una flor marchita
que ya ni huelo ni dejo oler.

No me alcanzan los rayos de sol,
quedo oculto en la penumbra.
Jamás diviso el horizonte
que prometes…


Miles de hermosos pétalos
me impiden hacerlo.

Pero yo los odio,
y odio que no me sientas odiar.
¿Mas cómo hacerlo?
Si nunca fuiste seducido por mi luz,
si no tienes ojos
sino para esos que no perciben
tu verdadera fragancia,
que no podrán describirla,
molécula a molécula,
                                               como yo lo hago.

Y aún así,
¿qué hacer si no puedo brillar más aún?




No lo entiendes…

                                               y dolió.

Porque vi en ti mi forma de escapar,
de escuchar los anhelos de
mi corazón.

Vi en ti la vida.

Quizás no lo dejé claro,
aunque juraría haber perdido
mis secretos por el camino.

Porque nadie más tiene lugar en mí.

Eres la única razón.

Eclipsas cada pensamiento,
conquistas mis minutos.


¿Por qué no te das cuenta?


¿Por qué sigo callándome
si quiero ser escuchado por ti?

¿Y por qué no nace en mí
la oscuridad que mereces?


Que tras las nubes se encontrara
el averno, sería más fácil
que perdonarme a mí mismo algo así.


                                               Tengo miedo.


¿Qué ocurrirá si entonces me odias
tú a mí?

No quiero sentir cómo el aire
escapa de mi cuerpo.

No deseo ver el reflejo de mis ojos
mientras mueren…


  

     


Dolió…
                                   … que todo se redujera a ti.

sábado, 12 de marzo de 2011

Lluvia de noviembre


LLUVIA DE NOVIEMBRE





No sabíamos si el viento
soplaba de frente o de cola.
Creíamos saber controlar
hasta la última pieza del rompecabezas.
Pero el caótico vaivén de los momentos
pintó recuerdos para posterior sonrisa.


Siempre habías acariciado mi alma
con la calidez de esos tus ojos,
el cantar desinhibido de tu risa,
la dulce intensidad de tu belleza.


Pero sentía de lejos tus caricias,
creí no merecer más que ilusiones…

                        … creí no merecerte a ti.


Es por eso que todo oscureció
cuando sólo quisiste abrigarme entre tus brazos,
oscureció sin existir motivos para ello,
ensombreció el día en que no escuché a mi corazón.


Me mirabas diferente.

Tratabas de imaginar un día a mi lado
y asimilaba yo con terror lo que aquello significaba,
sabiendo que el primer atardecer junto a ti
sería el último antes de llorar a las estrellas.



Fuiste un antes,
nunca mi después.

Fuiste los minutos más intensos de mi vida,
sin siquiera tenerte en mis brazos.

No llegué a guardar el sabor de tus labios,
quizás debí habértelo preguntado.

Me habrías respondido no sé,
que podría haberlo averiguado por mi cuenta,
segundos antes de aquella insoportable decisión.

Me habrías dejado…

            … tal vez por no querer atender a preguntas.


Me habrías besado,
y dejado que lo hicieras.
Por fin sabría a qué se parece
el sabor de los míos,
al fin lo hubiera sabido…


Yo en ti imaginé dulzura,
llegué a percibir sutil aroma a jazmín.
Quizás nacía de tu pelo,
pasé tiempo observarlo mecerse a la brisa.
Desprendías destellos dorados,
hacías de lo monótono, mágico…
hacías mis ojos, los tuyos…


Aún no sé si fue correcto.

Aquel lugar de nuestro recreo
será para mí el recuerdo de una lluvia de otoño,
el sepulcro de lo que pudo haber sido.


Quisimos ser,
mas supimos ver que no hay estrellas sin noche.
Pensaste en mí cuando nadie más lo hizo,
viste pocas palabras que serenaron el vacío.


Hubiese querido ser el viento que acarició tu rostro,
la lluvia insolente de aquella tarde
creando brillantes tatuajes por tu cuerpo.


Recogiendo la fragancia que ansiaba conocer…


Me aferré a nuestro último minuto
como lo hace el moribundo
al último hálito de vida.

Y sabía pese a todo
que no nos pertenecíamos de tan intensa manera.
Intentábamos entenderlo,
con lágrimas acabamos aceptándolo.


Como si hubieses sabido
cuál era el último de mis deseos,
antes de que las aguas volviesen a su cauce,
sostuviste mi mano entre las tuyas…

… y regalándome la sonrisa de tus ojos

me hablaste de amor por última vez.


Siempre veré en ti el alma que me enamoró,
me dijiste,
tu presencia es el amanecer,
pero no soy yo el cielo que ha de acogerlo.


Y si me preguntas,
yo en tus labios besaría ternura,
yo en tus labios besaría
la felicidad que desprende cada una de tus miradas.


No temas por eso ahora.


Ya sabes que no hay estrellas sin noche,
pero prométeme que creerás en ellas
aun bajo esta lluvia de otoño,
pues no dudes que el sol volverá a lucir,


                                                           me dijiste.





Dibujo: Melissa Blanco.






viernes, 4 de marzo de 2011

Luz

LUZ




Creí que el tiempo mataría
los caprichos de un reciente pasado.
Que el monótono andar de las agujas
me convencería de lo que no fue.
No apostaba por tan afilados recuerdos,
no me había preparado
para el gusto perpetuo en mi boca.


La eternidad de los sueños,
la somnolencia de mis sentidos,
embriagados ante la intensidad de lo abstracto.


Fuiste apenas un espejismo
al principio,
entre tanto ruido y expectación.
No había lugar en ti para esferas de caramelo.

Dueño meticuloso de sus ojos azules.

Que devolvías tímidas sonrisas
por pasearte entre lo desconocido.


Sonrisa del día siguiente,
la mía,
en mí permaneció su dibujo
cuando con ese abrazo
respondiste a mi saludo, frío de palabras.


Hablaste de ti, yo de mí,
pensando en ti, lejos tú.

Pero tu aroma en mis labios.

Crepúsculo de aguas doradas,
escenario de lo que sólo en mí pudo ser.
Verdes colinas de hierba salvaje,
a sus pies sentados cantaba el río,
cantó tu voz,
como nunca la había oído.




Y no sé aún por qué,
pero decidí no hacerlo.
Nunca me lo habría perdonado,
lo tejí por eso con hilo de seda,
remando en el océano flotante.


Ya sonreía antes de acercarte
y regalarme ese otro abrazo.
Advertiste en mi espejo del alma
el contorno de un dibujo,
grabado a fuego lento,
que tú y sólo tú pudiste haber pincelado.


Ya sonreía,
porque me tocaba a mí.


Tú, yo y las horas.
Tú y yo después, cuando dejaron de tener sentido.
Miraba para hojear el mundo a nuestro alrededor,
veía para comprender que nada quedaba
excepto nosotros.


Cuando con esa ternura me preguntabas
si todo iba bien,
no podía así otra cosa imaginar.


Si te presentaste en el umbral
precedido por tu belleza,
¿cómo quieres que deje de trazar mis anhelos?


No esconde tu rostro
secretos en mis sueños.
Con ojos cerrados sabría decir
dónde empieza y acaba la causa de este revoloteo.

Te lo quiero contar.

Sin hablar.

Quiero que mis labios acaricien tu vida.


                                                                       Despacio.


Que me sorprenda el amanecer observándote,
recordándote.
Y ver mi mirada en la tuya,
vislumbrar la felicidad reflejada,
dejar que el sueño y los segundos
nos cierren los ojos a la vez.


Al tiempo pido respeto hacia mi momento,
frenar el desfile de luces
mientras me dejas llorar ante tu alma.


¿Secarás estas lágrimas con caricias?
Deja que te muestre el mundo
desde este lado de la ventana.


Entiendo de besos menos
que de palabras.
Por eso quiero hoy entenderte sin ninguna,
y dejar que el sentimiento
guíe a tientas el atrevimiento de mis labios

                                               sobre los tuyos,

componiendo la melodía interna
que viento y cuerda jamás podrán interpretar.


                                                                       Despacio.


No ahuyento tiempo regalado
que aleje miradas indiscretas.
No te esfuerces en explicarme
el sabor de la luna bañando tu cuerpo.

Es más de lo que quiero probar.

No cierres la cortina,
deja que entre la oscuridad.

Sin miedo a nada,
me queda tu luz para soñar.