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lunes, 15 de agosto de 2011

El faro

            No sé muy bien por qué quise llevarte al faro. Puede que fuera por su situación, especie de península semioculta adentrada en el mar, lejos de miradas indiscretas. O puede que simplemente fuese porque desde la primera vez que fui allí, siempre me había imaginado volviendo algún día con alguien como tú. Era sábado por la noche y no llovía, algo ya atípico en el que ha debido de ser el verano más otoñal del último medio siglo. Por eso, por eso y porque no nos sobraban los días, te pedí que cogieras mi mano para dejar que la brisa marina jugase a perseguirnos. Para dejar que, una vez sentados sobre el muro del faro, nos atrapase y se atreviese a interrumpir nuestra conversación.

            Podría haberme asomado a observar las olas reventar con fuerza contra el saliente y sentir el seco temblor de las rocas. Podría haberme sentado a inventarme dibujos entre tantas constelaciones, podría haber situado la mirada en la luz parpadeante de algún otro faro, donde dos personas estarían jugando con su brisa, intentando contarse junto al mar lo que por teléfono no pudieron.

            Pero resultó que estabas ahí, conmigo. Y resultó que aunque no dejé de hacer nada de lo anterior, lo aparté a un segundo plano, porque delante de mí tenía a la persona a la que nunca me cansaría de mirar. Acababas riéndote cuando lo hacía, me preguntabas “¿Qué pasa?”, como si no creyeras merecer el tiempo que mis ojos te dedicaban. Pero creo que acabaste creyéndotelo, al final ya solo reías, dejabas que una luz verde me deslumbrara. Comprendiste que no hacías perder mi tiempo, que hacía que lo ganara.

            Me preguntaste qué canciones quería oír, te aclaraste la voz y cantaste. Y creo que lo mejor no fue que acertaras con cada canción o que me cantases en idiomas que no llegué a entender, sino que cantaras bien claro, para mí, queriendo que después de llegar a mis oídos, la brisa se llevase tu voz. Quizás para que sonase eternamente… para conservarla pura hasta que pudiera rozar el horizonte. Y yo esperaba también los minutos entre canción y canción para abrazarte y sentirte respirar, para besarte y sentir que también soy capaz de expresártelo todo sin palabras. Éramos el mar, la luz del faro y nosotros dos.

            Empezó a refrescar y me pediste que te abrazara fuerte. Y así, con tu mentón sobre mi hombro y tus labios acariciando con suavidad mi oreja derecha, cantaste nuestra canción. Esta vez, en bajito… S´agapo, s’agapo… Solo entendíamos esa palabra en toda la canción. Te quiero. Lo demás, poco importaba. No era difícil encajar una letra, después de todo lo vivido, después de haberme regalado los mejores días de mi vida. Y no lo escribo por miedo a que se me olvide, lo escribo porque es la única vez en que no he tenido que inventarme un argumento. Y eso, para un escritor, es un regalo, que sin necesidad de adornos, es la historia más bonita que te he podido contar. 




2 comentarios:

  1. Se nota que te ha ido bien el verano, eh?

    "Y no lo escribo por miedo a que se me olvide, lo escribo porque es la única vez en que no he tenido que inventarme un argumento."

    Esa frase me intriga...

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