Expulsó el humo lentamente,
observando los dibujos que formaba hasta tocar el techo de la habitación. No
era capaz de adivinar el tiempo que llevaba tumbado sobre la cama, sólo sabía
que el trozo de cielo que atinaba a ver desde la ventana le había señalado el
anochecer y el posterior amanecer, todo ello sin moverse del sitio. La ventana
estaba abierta, había sido una noche calurosa. El ruido del tráfico se hacía
más sonoro a medida que avanzaba la mañana, pero poco importaba cuando su
cabeza estaba lo suficientemente enlatada como para no escuchar más que un
constante zumbido.
Acompañó
la última calada con un largo trago de algo que llevaba demasiado tiempo en el
vaso. Vomitivo. Tanto, que el vaso cayó al piso de madera, partiéndose en dos y
juntándose con su ropa interior y los restos de una botella de vodka barato. Se
dio la vuelta sobre la cama. Sabía que no iba a poder dormir, pero tantas horas
despierto sin dejar de dar vueltas a lo sucedido unas horas antes le estaban
provocando migraña. Tan solo quería dar algo de tregua a sus pensamientos,
intentar que el simple hecho de pensar dejase de suponer una tortuosa sesión de
pinchazos.
Aún
seguía percibiendo una mezcla de olor a sudor y perfume para hombre. Estaba
adherido a las sábanas, a cada centímetro de su cuerpo. Al fin y al cabo, la
noche había empezado bien. Si se paraba a pensar, aún podía sentir las últimas
caricias, la humedad de los últimos besos, el placentero roce de su piel. Las
últimas y los últimos. Todo lo que merecía la pena antes de la llamada de
teléfono. De las insistentes llamadas de teléfono, de los mensajes de texto,
subidos de tono, de alguien demasiado interesado en encontrarse con la persona
a la que en aquel momento hacía suyo sin importarle ser oído.
Por
curioso que pareciera, poseía tan solo un vago recuerdo de los insultos y
acusaciones, de los gritos en general. No podía rememorar cada palabra hiriente
y afilada, la mayoría de ellas disparadas desde su propia boca, pero como el
gusto que permanece tras una pesada comida, quedó el significado. Quiso que
todo desapareciera con los dos últimos gritos, con el golpe definitivo, con la
extraña sensación de ser un ladrón de almas. Pero no. El día avanzaba y el sol
no le iba a proteger. Se levantó, se vistió, se limpió la sangre de las manos y
encendió el último cigarrillo de la cajetilla. Dio una larga calada sin apagar
el encendedor, y tras mirar la llama con detenimiento hasta cegarse, lo lanzó
directamente al charco de alcohol que había dejado la botella rota. La
llamarada rugió al instante, imparable. Expulsó el humo, esquivó el cuerpo que
le obstaculizaba el camino a la puerta y no empezó a correr hasta que abandonó
el hotel por aquella puerta giratoria.
Fuente de la imagen: http://na-nis.blogspot.com.es

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