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viernes, 15 de junio de 2012

Hotel room service


         Expulsó el humo lentamente, observando los dibujos que formaba hasta tocar el techo de la habitación. No era capaz de adivinar el tiempo que llevaba tumbado sobre la cama, sólo sabía que el trozo de cielo que atinaba a ver desde la ventana le había señalado el anochecer y el posterior amanecer, todo ello sin moverse del sitio. La ventana estaba abierta, había sido una noche calurosa. El ruido del tráfico se hacía más sonoro a medida que avanzaba la mañana, pero poco importaba cuando su cabeza estaba lo suficientemente enlatada como para no escuchar más que un constante zumbido.

            Acompañó la última calada con un largo trago de algo que llevaba demasiado tiempo en el vaso. Vomitivo. Tanto, que el vaso cayó al piso de madera, partiéndose en dos y juntándose con su ropa interior y los restos de una botella de vodka barato. Se dio la vuelta sobre la cama. Sabía que no iba a poder dormir, pero tantas horas despierto sin dejar de dar vueltas a lo sucedido unas horas antes le estaban provocando migraña. Tan solo quería dar algo de tregua a sus pensamientos, intentar que el simple hecho de pensar dejase de suponer una tortuosa sesión de pinchazos.

            Aún seguía percibiendo una mezcla de olor a sudor y perfume para hombre. Estaba adherido a las sábanas, a cada centímetro de su cuerpo. Al fin y al cabo, la noche había empezado bien. Si se paraba a pensar, aún podía sentir las últimas caricias, la humedad de los últimos besos, el placentero roce de su piel. Las últimas y los últimos. Todo lo que merecía la pena antes de la llamada de teléfono. De las insistentes llamadas de teléfono, de los mensajes de texto, subidos de tono, de alguien demasiado interesado en encontrarse con la persona a la que en aquel momento hacía suyo sin importarle ser oído.

            Por curioso que pareciera, poseía tan solo un vago recuerdo de los insultos y acusaciones, de los gritos en general. No podía rememorar cada palabra hiriente y afilada, la mayoría de ellas disparadas desde su propia boca, pero como el gusto que permanece tras una pesada comida, quedó el significado. Quiso que todo desapareciera con los dos últimos gritos, con el golpe definitivo, con la extraña sensación de ser un ladrón de almas. Pero no. El día avanzaba y el sol no le iba a proteger. Se levantó, se vistió, se limpió la sangre de las manos y encendió el último cigarrillo de la cajetilla. Dio una larga calada sin apagar el encendedor, y tras mirar la llama con detenimiento hasta cegarse, lo lanzó directamente al charco de alcohol que había dejado la botella rota. La llamarada rugió al instante, imparable. Expulsó el humo, esquivó el cuerpo que le obstaculizaba el camino a la puerta y no empezó a correr hasta que abandonó el hotel por aquella puerta giratoria.





Fuente de la imagen: http://na-nis.blogspot.com.es

           

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