- Otra vez…
El hombre ni siquiera se molestó en levantar la mirada del piano. Resignándose por enésima vez aquella noche, posó los dedos con desgana sobre las teclas y comenzó a tocar la canción. No sabía cuánto tiempo más iba a soportar las órdenes de la bailarina, el día no parecía querer acabar nunca y hacía rato que había perdido la compostura.
En el instante en que las primeras notas envolvieron el espacio, ella se transformó. El carácter agrio, el rostro cansado, la eterna expresión de amargura, las hirientes palabras… Todo pareció quedar atrás desde el primer segundo. Su cabeza se irguió, su cuerpo se estilizó formando una perfecta figura. Una sonrisa tan falsa como creíble deshizo de la nada una década de sufrimiento. Sus movimientos, elegantes y decididos al mismo tiempo, eran lo más parecido a la perfección que uno pudiese querer encontrar. Ella era lo que insanamente envidiaban, el eco del cisne blanco.
Sin embargo, lo que a vista de cualquiera no era sino la perfección, pronto pareció convertirse en un calvario para ella. Claramente, algo no iba bien y solo ella sabía por qué. Sus movimientos se volvieron mucho más secos y violentos mucho antes de que el papel así lo exigiese. La frustración se reflejó en sus gestos, se mordía ahora con fuerza el labio inferior al mismo tiempo que puras lágrimas de rabia corrían aún más la sombra de ojos. Y cuando cesó de golpe, parando a su vez la melodía del piano, gritó con fuerza al enorme espejo que dominaba el aula, el mismo que le devolvía una imagen francamente inquietante. Ni siquiera parecía ser consciente de que los dedos de sus pies sangraban y que habían dejado un amplio trazado escarlata sobre el suelo de madera.
- ¿A qué está esperando? Tóquela otra vez…
Resultó evidente que aquello era lo máximo que el hombre estaba dispuesto a soportar. Tras darse el gusto de dudar en voz alta sobre la cordura mental de la joven, cerró la tapa del piano con un fuerte golpe y salió del aula sin echar la vista atrás. Perdida en la desesperación y en sus propias visiones, siguió bailándole al silencio sin dar muestras de dolor por sus dedos destrozados.
La niña sentada en una esquina, camuflada hasta entonces contra la blanca pared a juego con todo su ser, se levantó sujetando en sus manos un rollo de esparadrapo y unas cuantas toallas húmedas. Aprovechando un momento en que la bailarina se mantuvo quieta, la niña quiso curar las heridas de sus pies con las toallas, pero lo único que consiguió fue ganarse una sonora bofetada que la empujó al suelo. Sin embargo, no iba a llorar por aquello. Sabía lo que significaba para su madre no llegar al nivel de perfección que ella misma debía exigirse. Significaba perder la oportunidad de brillar en el escenario ante el ávido público, significaba ser sustituida, perder parte de la dignidad, echar por la borda meses de duro trabajo, un trabajo que más allá de darle satisfacción, le proporcionaba medios para que al menos no les faltase de comer.
Pese a que no se encontraba lo suficientemente cómoda frente a aquel piano tan grande, la niña se posicionó frente a él e interpretó el tema sin brillar pero con soltura, lo suficiente para que un nuevo reguero de sangre definiese el camino a la perfección.
fripturici.deviantart.com








