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domingo, 11 de diciembre de 2011

Chemin rouge á la perfection

-          Otra vez…

El hombre ni siquiera se molestó en levantar la mirada del piano. Resignándose por enésima vez aquella noche, posó los dedos con desgana sobre las teclas y comenzó a tocar la canción. No sabía cuánto tiempo más iba a soportar las órdenes de la bailarina, el día no parecía querer acabar nunca y hacía rato que había perdido la compostura.

En el instante en que las primeras notas envolvieron el espacio, ella se transformó. El carácter agrio, el rostro cansado, la eterna expresión de amargura, las hirientes palabras… Todo pareció quedar atrás desde el primer segundo. Su cabeza se irguió, su cuerpo se estilizó formando una perfecta figura. Una sonrisa tan falsa como creíble deshizo de la nada una década de sufrimiento. Sus movimientos, elegantes y decididos al mismo tiempo, eran lo más parecido a la perfección que uno pudiese querer encontrar. Ella era lo que insanamente envidiaban, el eco del cisne blanco.

Sin embargo, lo que a vista de cualquiera no era sino la perfección, pronto pareció convertirse en un calvario para ella. Claramente, algo no iba bien y solo ella sabía por qué. Sus movimientos se volvieron mucho más secos y violentos mucho antes de que el papel así lo exigiese. La frustración se reflejó en sus gestos, se mordía ahora con fuerza el labio inferior al mismo tiempo que puras lágrimas de rabia corrían aún más la sombra de ojos. Y cuando cesó de golpe, parando a su vez la melodía del piano, gritó con fuerza al enorme espejo que dominaba el aula, el mismo que le devolvía una imagen francamente inquietante. Ni siquiera parecía ser consciente de que los dedos de sus pies sangraban y que habían dejado un amplio trazado escarlata sobre el suelo de madera.

-          ¿A qué está esperando? Tóquela otra vez…

Resultó evidente que aquello era lo máximo que el hombre estaba dispuesto a soportar. Tras darse el gusto de dudar en voz alta sobre la cordura mental de la joven, cerró la tapa del piano con un fuerte golpe y salió del aula sin echar la vista atrás. Perdida en la desesperación y en sus propias visiones, siguió bailándole al silencio sin dar muestras de dolor por sus dedos destrozados.

La niña sentada en una esquina, camuflada hasta entonces contra la blanca pared a juego con todo su ser, se levantó sujetando en sus manos un rollo de esparadrapo y unas cuantas toallas húmedas. Aprovechando un momento en que la bailarina se mantuvo quieta, la niña quiso curar las heridas de sus pies con las toallas, pero lo único que consiguió fue ganarse una sonora bofetada que la empujó al suelo. Sin embargo, no iba a llorar por aquello. Sabía lo que significaba para su madre no llegar al nivel de perfección que ella misma debía exigirse. Significaba perder la oportunidad de brillar en el escenario ante el ávido público, significaba ser sustituida, perder parte de la dignidad, echar por la borda meses de duro trabajo, un trabajo que más allá de darle satisfacción, le proporcionaba medios para que al menos no les faltase de comer.

Pese a que no se encontraba lo suficientemente cómoda frente a aquel piano tan grande, la niña se posicionó frente a él e interpretó el tema sin brillar pero con soltura, lo suficiente para que un nuevo reguero de sangre definiese el camino a la perfección. 


fripturici.deviantart.com

jueves, 17 de noviembre de 2011

Praga

            Nadie excepto aquel alto y delgado violinista nos acompañaba sobre el puente. Las notas musicales arañaban el aire pero apenas llegaban hasta nuestros oídos, amortiguadas por la tímida nevada que caía sobre la ciudad aquella mañana. Sin embargo, varios rayos de sol habían conseguido atravesar el cielo perlado, haciendo que los tejados nevados y el río helado emitiesen un fulgor cercano a lo sobrenatural. Apoyados contra el mirador del puente, el río Morava detenido a nuestros pies, no dejábamos de mirarnos mientras la ciudad despertaba a ambas orillas. Íbamos tan abrigados que apenas nos asomaban los ojos entre gorros y bufandas de lana, pero me descubrí la cara para poder hablarte, para que ninguna palabra quedase enredada.

-          ¿Volveré a verte?
-          Eso ya no depende de mí. No tienes por qué huir…

Bajé la mirada, incapaz de sostener la intensidad de la verdad de la tuya. No tienes por qué huir… ¿Por qué tenía que hacerlo todo tan difícil? Pero, sobre todo, no entendía por qué no podía dejar aquella historia atrás, tal y como me lo había prometido a mí mismo la noche anterior. Nunca debí haberte acompañado a tu casa. Nunca debí haberme sentado a tu lado mientras tocabas esa hermosa canción en el piano, ni debí haber dejado que me leyeses un fragmento de tu nueva novela a la luz de las velas. Si nada de todo aquello hubiese ocurrido, nunca me habría sorprendido tu pálida desnudez al despertar a tu lado, ni habría querido ralentizar el avance de las agujas mientras descansaba mi cabeza sobre tu hombro, sintiendo como si fuera mío el compás de tu respiración. Nunca te habrías girado sobre la cama para perder tu mirada dormida sobre la mía y abrazarte a mí rogando algo más que el calor que el mes de diciembre nos había arrebatado, algo que nunca quisiste decirme, pero que preferí no preguntarte.

No tienes por qué huir… En realidad, nunca quise hacerlo. Siempre había una parte de mí que deseaba estar lejos de tu alcance, no me preguntes por qué, quizás no quiera contestártelo. Pero en aquel momento era imposible hacer caso a esa voz. Desvié la mirada hacia el río un segundo antes de darte la mano, puede que intentara evitar ver tu reacción, pues no quería dibujarte más que una sonrisa y tenía miedo de no verla.

Me ofrecías el mundo, me estaba dando cuenta de ello. Y no iba a dejar escaparlo.

http://richardjames.deviantart.com/

domingo, 13 de noviembre de 2011

11500 (2ª parte)

            Sabía que iba a ser difícil adaptarme a mi nueva vida tan lejos de casa, pero el hecho de no haber vivido nunca en una ciudad tan grande como aquella me afectó más de lo esperado. A pesar de que los asuntos de la universidad me llevaban bastante tiempo, evitaba quedarme encerrado en la habitación de la residencia de estudiantes, odiaba aquel lugar con toda mi alma. La monotonía e impersonalidad del interior del edificio, las bombillas de baja potencia, el papel amarillento de las paredes, la comida del comedor, todo. Por eso, intentaba escapar siempre que podía. Y fue entretenido al principio, porque como buen extranjero, cumplí con mis deberes turísticos y visité la mayoría de rincones con encanto de la ciudad santiaguina.

Pero a partir de la segunda semana, me di cuenta de que había perdido la gracia el hecho de ir solo a todos lados. Lo extraño fue que por alguna razón, algo me impedía relacionarme con más gente, pero a su vez, algo me decía que necesitaba verte otra vez. No disponía de conexión a Internet en la residencia y nuestras únicas conversaciones hasta el momento habían sido a través de apenas unos pocos amistosos mensajes por correo electrónico, gracias a los ordenadores de la universidad. Por suerte, en uno de aquellos mensajes te molestaste en escribirme la dirección de tu casa, por si algún día necesitaba algo. Y resulto que sí, que necesitaba algo. Necesitaba verte, nada más. Era mi único consuelo.

Me arriesgué, aun sabiendo que podía ser un viaje en balde. Quién sabe, puede que aunque tuvieses los viernes libres no estuvieras en casa y hubiese sido un viaje perdido, pero en ese momento, sinceramente, no tenía nada mejor que hacer. En aquellas dos semanas en Santiago ya había conseguido controlar tanto las líneas de  metro como de autobús, y con la ayuda de un callejero que conseguí, no tardé en presentarme a la entrada de una calle que llevaba el nombre que me interesaba. Avancé por ella, observando el juego de luces y sombras que la luz de las farolas creaba en aquel discreto y silencioso barrio. Estaba anocheciendo, hacía frío y sólo deseaba encontrarte allí, que me hablases, que me hicieses reír, que me mirases.

No sé qué expresión fue más significativa, si la mía cuando abriste la puerta e hice un amago fallido de sonrisa, o la tuya cuando me miraste sonriendo durante un rato antes de preguntarme si iba todo bien. Pero una cosa estaba clara: los dos nos alegrábamos de vernos. No había nadie más en casa y no tardaste en invitarme a subir a tu cuarto de estudio, donde me invitaste a una agradable taza de té que acepté gustosamente. Tras una breve conversación trivial, quisiste saber qué me preocupaba, qué me había traído hasta ti tan de repente.

-          La necesidad de una buena compañía, supongo. Esto es más duro de lo que pensaba…

Me intentaste tranquilizar y lo conseguiste. Pero he de confesar que más que tu propio mensaje, fue el simple roce de tu voz lo que hizo que una oleada de alivio y bienestar me invadiese poco a poco, produciendo el mismo efecto que el té caliente templando mi cuerpo. Hubo un momento en que dejé de escucharte simplemente para oír, para mirarte. Me perdí en tus ojos como quien pierde la mirada en mitad de una profunda cavilación. Y no sé en qué momento me percaté de que habías dejado de hablar, al igual que tampoco recuerdo con exactitud el momento en que agarré tu mano. Sólo sé que un segundo después de enfocar la mirada y ver nuestras manos enlazadas tus labios estaban a menos de un palmo de distancia. Dudamos, pero tú tuviste el valor. Sellamos ese primer beso con la torpeza y la ilusión propias de la inexperiencia, pero sellamos el segundo, más largo e intenso que el anterior, con una pasión desconocida, incentivada por nuestro deseo de que el instante se prolongara indefinidamente y de que el vacío nos aislase de la existencia, dejándonos solos con nuestras historias. 


Fuente de la imagen: http://ceeesaar.deviantart.com/

lunes, 24 de octubre de 2011

Si sabes dónde mirar

Es un extraño episodio. Pero no para mí, sino para los que me rodean. O al menos, así era hasta ahora, porque yo también empiezo a pensar si merece la pena el esfuerzo. Al fin y al cabo, también yo tengo derecho a ocultarme de vez en cuando en la negrura de la que os creéis esclavos. También yo tengo el derecho y el deber de tocar el suelo, aunque sea solamente con la punta de los dedos, para salir a regañadientes de esa película acompañada de tarrina de helado, chocolate y pañuelos de papel en la que me gustaría estar viviendo junto a ti.

Sigo creyendo, pese a todo, que es una virtud. Pero no puedo evitar pensar que no siempre es valorada. Si no, nada de lo que me siento empujado a escribir tendría sentido. Y lo que me empuja es una sensación de rechazo que no es fácil de comprender (o de ignorar, según el momento), una sensación que me ha invadido al entrar por la puerta, saludar con una sonrisa en los labios y recibir una fría mirada como respuesta; al intentar ofrecer mi ayuda y ser apartado como un pañuelo usado; al dedicar las palabras más dulces y ser contestado con una amargura que a veces hiere de manera más que superficial.

No soporto sentirme de cristal, menos aún verme rodeado de almas de metal, lo que suele hacer que me vea obligado a recoger mis propios fragmentos. Y no digo que de ello no se aprenda, pero me invade el miedo, el complejo del débil, del que acaba escondiéndose detrás de las sonrisas.

Pero cuando me siento a considerar si realmente merece la pena, acabo dándome cuenta de que merece eso y mucho más. Es ahí, aunque jamás te lo creas, cuando tú entras en juego. Tú, pequeño escondite de los secretos, pequeña fábrica de los mejores momentos de mi vida, mitad de mi mente, o dos tercios, o tres cuartos, cuando no lo es todo. Tú, que me enseñaste a enamorar y que aprendiste a estarlo, acércate a mí y escucha. Porque afortunadamente, no soy el único que consigue hacerte feliz, pero puedo presumir de ser el único que ha conseguido prender tu luz más íntima y verdadera, robándote las lágrimas que ahogaron cualquier palabra que nos quisiéramos dedicar, en un instante en el que lo perfecto pudo con lo que ya era hermoso de por sí. 


Fuente de la imagen: schitzpopinov.com

domingo, 18 de septiembre de 2011

¿Dubai Deluxe?


Ahí estaba, había llegado. El único momento del día en que podían suspirar aliviados pese a estar cubiertos de mugre y sudor, aplastados por el cansancio, el hambre y el calor. Cuando la vida apenas les regalaba más que un camastro donde dormir y algo para llevarse a la boca, el hecho de descender por el andamio tras doce horas de jornada laboral suponía ya un motivo para respirar. El sol se hundía en el horizonte de Dubai, dibujando la espectacular silueta de una ciudad que pretendía tocar el cielo situándose en medio de la nada, pero por encima de todo. Los “petrodólares”, los llamaban. Ellos apenas sabían lo que era eso, y sabían que nunca verían ni la más mínima parte de aquello. De hecho, en eso consistía su salario: ni el mínimo exigido.

Con el único objetivo en mente de llegar a las habitaciones, darse una ducha rápida y comer algo (daba lo mismo que fuese frío o caliente, de ayer o de hoy), los obreros tomaron el autobús que habría de llevarles al barrio industrial, la cara oculta de la ciudad de oro, el patio trasero del paraíso, el sucio hormiguero que había ayudado a levantar el imperio, pero que debía ser ocultado al mundo para lavar una imagen cada vez más admirada y temida al mismo tiempo.

“¿Qué os llevó a abandonar Bangla Desh? ¿Tan mal vivíais allí como para aceptar este empleo?” fue lo que escucharon a un reportero preguntar a los habitantes de los barracones, y la respuesta fue unánime. Sí, vivían peor allí. No había trabajo, no había comida, no había esperanzas. Y cuando una empresa multinacional llegó con la promesa de mandarlos a Dubai con contrato de trabajo y un salario mínimo vergonzoso (pero que era más del triple de lo que ganaban en su tierra), no hubo forma de negarse. Era eso, o verlos morir. Y si el único recuerdo que iban a tener de sus familias iba a estar pegado durante cinco años en la sucia pared de una habitación compartida, así sería. Pero jamás unas personas depositarían tanto amor e ilusión, cada noche, sobre un mísero trozo de papel fotográfico.

Esto pareció conmover al reportero, que junto con un cámara, se había colado en una de las habitaciones en común para sorprenderse con el hecho de que una docena de personas pudiera habitar en veinte metros cuadrados. Aparte de las fotografías familiares, apenas quedaba algo digno para mostrar. “¿Escribes a alguien, a tu familia quizás?” pregunta un cada vez más afectado periodista, que se sienta junto a uno de los obreros sobre un camastro deshecho. El hombre se había detenido a media frase. Al cuaderno que usaba apenas le quedaban unas pocas hojas. Claramente, aquella no era la primera carta que escribía, ni el único bloc de notas que había usado desde que estaba allí. “Les escribo casi todos los días. Nadie me asegura que las cartas lleguen, y yo apenas recibo respuestas. Pero no me importa. Por mucho que mis días aquí se repitan y se hagan interminables, siempre encuentro algo bonito para contar. Tengo cuatro hijos, ¿sabe? Quiero que vean que su padre no se rinde. Quiero hacerles creer que pronto nos vamos a ver…”.

Se ha hecho el silencio en la habitación. Alguien ha apagado el televisor que retransmitía un partido de fútbol, único entretenimiento por las noches. Aquel era un tema respetado y comprendido, porque a todos aquellos trabajadores les había sido arrebatado el pasaporte nada más llegar a los Emiratos. Así, sin previo aviso. Abriendo las puertas de una condena, cerrando poco a poco las de la ilusión.

Desde una pequeña ventana, el periodista observó las lejanas luces de la ciudad, una jungla lumínica de torres, palacios y grúas, una burbuja de neón que debía poder verse desde el espacio, tal era el contraste que hacía con la negrura, con aquello que no estaba  a la altura de ser mostrado. No hay luz sin sombras. 

Fuente de la imagen: taringa.net

jueves, 8 de septiembre de 2011

11500

No sé por qué escogí aquella universidad, aquella ciudad, aquel país. No sabía absolutamente nada sobre este lugar, pero tampoco me había molestado mucho en buscar información. Una parte de mí estaba preocupada por dirigirse a lo desconocido sin haberme documentado antes; la otra parte, más poderosa e insistente que la primera, quiso dar el paso definitivo sin preocuparse por lo que habría o dejaría de haber. Y aquello no me daba total seguridad, pero sí una embriagadora vitalidad.

El primer día en una ciudad desconocida siempre suele estar cargado de anécdotas, y mi caso particular en Santiago no fue una excepción. Las catorce horas de vuelo me habían pasado factura y aún tenía que tomar un taxi, instalarme en la residencia de estudiantes, soportar alguna novatada de primera hora y hacer miles de papeleos de última hora. Era viernes, un viernes de agosto en el hemisferio sur, y mi nueva vida como estudiante de intercambio daba su pistoletazo de salida el lunes.

Después de abandonar de cualquier manera todo mi equipaje en un rincón de la que sería mi habitación durante los próximos seis meses, y antes de que alguien osase aporrear mi puerta para darme la bienvenida con algún estúpido juego, quise salir de allí, pasear, intentar calmar la ansiedad que sentía. Salí deprisa, sin preocuparme siquiera de coger un paraguas. Salí sin saber dónde estaba ni adónde ir, pero con la intención de empezar a perderme en aquella inmensa ciudad que ya comenzaba a bostezar. Eran las siete de la tarde y las luces de las farolas se reflejaban en los charcos de lluvia. Apenas me di cuenta de que había empezado a nevar.

Pregunté por el autobús que me llevaría al centro y me bajé en una parada muy cercana a unos altos edificios. No tardé en averiguar que lo llamaban Sanhattan. Me quedé plantado en la acera mirando embobado los altos edificios iluminados, dejando que los copos de nieve se posasen sobre mi cara. Pero por agradable que fuera, más me tentaba encontrar una cafetería donde poder tomar algo humeante, así que entré en la primera que vi.

Al principio no me fijé en ti. Pero en cuanto hube pagado por mi café y escogido una mesa cercana, no tardaste en llamar mi atención. Conversabas animadamente con tu amiga, os reíais con anécdotas de vuestros años escolares, según me pareció escuchar. Y creo que fue aquello lo que me cautivó, quizás porque andaba algo sediento de alegría. Aquello y algo más. Aquello y tu sonrisa, tus ojos, tu labia… Y siguiendo mi costumbre, extraje el cuaderno de notas y el bolígrafo de mi bandolera y garabateé una de esas estupideces de dos líneas de duración, una especie de oda de bolsillo que suelo acabar arrancando y arrugando, una mediocre referencia al hecho de que había merecido la pena surcar más de once mil kilómetros para encontrarme, accidental y maravillosamente, con una sonrisa como la tuya.

Una llamada telefónica me hizo regresar al mundo bruscamente. Y creo que fue la llamada oportuna, ya que de no haberse producido, quizás nunca te habrías fijado en mí. Era mi mejor amiga, que quiso saber cómo había llegado y si todo iba bien. Su voz me tranquilizó, y no tardamos en utilizar nuestro lenguaje particular, un híbrido cómico entre castellano, inglés y euskera que acababa mareándonos. Y cuando colgué, me mirabas. Pero no solo eso; me sonreíste con cierta timidez, algo que hizo que mi estómago diese un brinco. Y me hablaste, con ese acento que me había encantado desde el principio. Me preguntaste de dónde era, noté cómo te emocionabas al confirmar tus sospechas. Me invitasteis a unirme a vosotros en la mesa, y pronto entablamos una animada conversación, en la que quedó claro lo mucho que teníamos en común. Las horas pasaron, yo no llegué a probar el café, pero estaba demasiado ocupado mirándote.

-        ¿Tú también escribes?- me preguntaste con interés al ver mi cuaderno ya cerrado sobre la mesa- Mira, yo recién publiqué mi primer libro. ¿Te gustaría leerlo?

Extrajiste de tu cartera un ejemplar y me lo tendiste con la ilusión del escritor que desea ser conocido. Te dije que, casualmente, yo también acababa de publicar una colección de relatos cortos y que había traído unos ejemplares en la maleta. Aquella era la excusa perfecta para volver a verte, y debió de notarse la emoción, quizás en la forma en la que brillaron nuestros ojos, o en la mirada cómplice de tu amiga, que sonreía ante aquella evidencia. Y aquello no fue más que el comienzo. 


Fuente de la imagen: www.plataformaurbana.cl

domingo, 4 de septiembre de 2011

¿Dónde están los hombres, a excepción del cartero?

Recuerdo que pasaba horas allí, de pie sobre aquel viejo y destartalado taburete de madera junto a mi madre. Siempre hacía frío en aquella fábrica, daba igual en qué estación nos encontrásemos. Y la humedad… eso era lo peor. Te penetraba por la piel y no se molestaba en abandonarte hasta que llevabas unas cuantas horas en la cama. El invierno era especialmente crudo, pues esa sensación se multiplicaba por dos, y es sabido que aunque el invierno del Cantábrico no es tan extremo, la lluvia puede prolongarse durante seis meses. Ocho, quizás. Si bien es cierto que ya no llueve tanto como antes.

Mi labor era tan sencilla como innecesaria, pero mientras no molestase a nadie, me permitían estar junto a mi madre durante casi doce horas. Dentro de aquella cadena de trabajo, le acercaba las rodajas de atún que la compañera de al lado me iba colocando en frente. Recuerdo que algunas eran tan grandes que tenía que respirar hondo para coger fuerzas, y llegué a ganarme más de una reprimenda las veces que llegué a perder el equilibrio y caí al suelo, con rodaja y todo. Sin embargo, aquello ocurría en pocas ocasiones. Mi madre se encargaba después de extraer cuatro grandes tacos de atún de cada rodaja, y se las pasaba a la mujer a su izquierda, que nunca supe lo que hacía con ellas. 

Trabajábamos literalmente de sol a sol, descansábamos cuando el astro estaba a medio camino. Media hora, nada más. Y en esa media hora, tenía que hacer más cosas que cuando volvíamos a nuestros puestos: comer, hablar con mi madre, atender a los cotilleos de sus amigas, ir al servicio, jugar con mi muñeca… A veces, tenía tiempo de jugar con ella mientras estaba en el taburete, hasta que volvía a apilarse frente a mí una torre de rodajas de atún. Al acabar la jornada, no sé quién de las dos terminaba con más olor a pescado.

Los días se hacían largos cuando me olvidaba la muñeca en casa, pero había tanto que hacer, en especial a la hora de comer, que a veces no me daba ni cuenta. Creo que lo más interesante fue darme cuenta de que todo lo que teníamos era las unas a las otras. Y no solo incluyo a mi madre. Las incluyo a todas, a las trabajadoras de la fábrica, a las vecinas de un pueblo vacío de hombres, a excepción del cartero. Su llegada era tan esperada como temida, quizás más temida que el ocasional pase de los bombarderos por el cielo. Porque las buenas noticias desde el frente llegaban más a cuentagotas que el calor a la fábrica, porque desde que comenzó la guerra tres meses atrás, sólo habíamos contado viudas y huérfanos.

Mi madre y yo ya no esperábamos ninguna misiva. La nuestra había llegado dos meses atrás. Ese mismo día, cuando el cartero leyó con voz afectada el nombre de mi madre, la compañera de al lado me cogió en brazos, me sentó sobre el mostrador y me regaló una muñeca que acababa de encontrarse en la calle. Creo que no llegué a entender muy bien por qué lloraba aquella mujer, hasta que vi que mi madre también lo hacía. Lo que sí recuerdo es que la muñeca nunca había estado tan limpia como aquel día. Aún no la había ensuciado de pescado. Y me pregunté si debería lavarla algún día, quizás era mi deber regalarla cuando llegase la próxima carta. 


Foto: Enrique Sarabia (Col. José Mario Armero)

lunes, 15 de agosto de 2011

El faro

            No sé muy bien por qué quise llevarte al faro. Puede que fuera por su situación, especie de península semioculta adentrada en el mar, lejos de miradas indiscretas. O puede que simplemente fuese porque desde la primera vez que fui allí, siempre me había imaginado volviendo algún día con alguien como tú. Era sábado por la noche y no llovía, algo ya atípico en el que ha debido de ser el verano más otoñal del último medio siglo. Por eso, por eso y porque no nos sobraban los días, te pedí que cogieras mi mano para dejar que la brisa marina jugase a perseguirnos. Para dejar que, una vez sentados sobre el muro del faro, nos atrapase y se atreviese a interrumpir nuestra conversación.

            Podría haberme asomado a observar las olas reventar con fuerza contra el saliente y sentir el seco temblor de las rocas. Podría haberme sentado a inventarme dibujos entre tantas constelaciones, podría haber situado la mirada en la luz parpadeante de algún otro faro, donde dos personas estarían jugando con su brisa, intentando contarse junto al mar lo que por teléfono no pudieron.

            Pero resultó que estabas ahí, conmigo. Y resultó que aunque no dejé de hacer nada de lo anterior, lo aparté a un segundo plano, porque delante de mí tenía a la persona a la que nunca me cansaría de mirar. Acababas riéndote cuando lo hacía, me preguntabas “¿Qué pasa?”, como si no creyeras merecer el tiempo que mis ojos te dedicaban. Pero creo que acabaste creyéndotelo, al final ya solo reías, dejabas que una luz verde me deslumbrara. Comprendiste que no hacías perder mi tiempo, que hacía que lo ganara.

            Me preguntaste qué canciones quería oír, te aclaraste la voz y cantaste. Y creo que lo mejor no fue que acertaras con cada canción o que me cantases en idiomas que no llegué a entender, sino que cantaras bien claro, para mí, queriendo que después de llegar a mis oídos, la brisa se llevase tu voz. Quizás para que sonase eternamente… para conservarla pura hasta que pudiera rozar el horizonte. Y yo esperaba también los minutos entre canción y canción para abrazarte y sentirte respirar, para besarte y sentir que también soy capaz de expresártelo todo sin palabras. Éramos el mar, la luz del faro y nosotros dos.

            Empezó a refrescar y me pediste que te abrazara fuerte. Y así, con tu mentón sobre mi hombro y tus labios acariciando con suavidad mi oreja derecha, cantaste nuestra canción. Esta vez, en bajito… S´agapo, s’agapo… Solo entendíamos esa palabra en toda la canción. Te quiero. Lo demás, poco importaba. No era difícil encajar una letra, después de todo lo vivido, después de haberme regalado los mejores días de mi vida. Y no lo escribo por miedo a que se me olvide, lo escribo porque es la única vez en que no he tenido que inventarme un argumento. Y eso, para un escritor, es un regalo, que sin necesidad de adornos, es la historia más bonita que te he podido contar. 




jueves, 21 de julio de 2011

"Maite zaitut"

La primera obra del escritor chileno-alemán Uri Colodro Gotthelf, "Maite zaitut", es una forma breve pero intensa de adentrarnos en la alocada vida de un estudiante envuelto en una espiral de sentimientos encontrados, hormonas, mujeres, fiestas y confusiones sobre su orientación sexual, entre otras cosas. Según nos contó el propio Uri en la entrevista de radio, este personaje (Josep Oriol) vendría a representar todo lo que él más detesta en una persona, y no solo eso, si no que podría llegar a tratarse de una crítica a la sociedad actual.

Siguiendo en esta línea, las mujeres vendrían a representar poco más que simples objetos para él, alguien que hasta ese momento apenas se ha parado a pensar en los sentimientos y que se ha dejado guiar por meros impulsos hormonales. Es quizás el hecho de darse cuenta de cómo es él y cómo son los que le rodean lo que le hace sorprenderse tanto por la existencia de personas como Maite, que dentro de la turbia espiral de Josep, vendría a representar un alma pura, libre de la suciedad de la que el estudiante se ve rodeado. Maite, ángel caído del cielo, será quizás la única persona en aportarle un poco de luz a su vida. Pero incluso encontrándose sobre su particular camino de la salvación, ni siquiera la esperanza aportada por Maite será capaz de evitar lo que quizás siempre estuvo escrito en alguna parte.

Por otro lado, nos adentramos en un aleatorio viaje en el espacio-tiempo que nos llevará desde la infancia de Josep en Buenos Aires hasta sus días como estudiante en la Ciudad Perdida en la Literatura, pasando por todo lo anteriormente mencionado. Como Uri enfatizó en la entrevista, es importante no quedarse con lo superficial de la obra y hacer el esfuerzo de bucear un poco en la mente de Josep, intentando comprender lo esencial en mitad de tanto torbellino emocional. Particularmente, opino que el más poético y elaborado final es el momento álgido, el que, quizás por adentrarme demasiado en la obra, consiguió arrebatarme más de una lágrima.

"Maite Zaitut" ya está a la venta, de momento, en Gráficas Legazpi (Zumarraga)



viernes, 15 de julio de 2011

Uri Colodro en Euskadi

No siempre decide un chileno visitar Euskadi, y menos aún dos veces en seis meses. Uri Colodro Gotthelf, descendiente de alemanes y españoles, ha vivido sus 19 años en Chile, aunque desde hace un tiempo ha mostrado un gran interés por Euskadi, su cultura, su idioma, su música,... Todo empezó con su gusto por varios grupos de rock euskaldún, y continúa con la publicación de su primera novela, "Maite Zaitut", que aunque no está escrita en euskera y no se sitúa geográficamente en Euskadi, deja entrever sus intereses.

Tuve el placer de entrevistar, junto con Gorka Santesteban, a este escritor y estudiante de Geografia, que en la primera parte del programa de radio nos habló sobre cómo es Chile y qué significa vivir allí, su pasión por la fotografía y la cocina, sus estudios, su intención de venirse a Vitoria-Gasteiz con la beca Erasmus...

La entrevista continuó con un tema que siempre interesa: viajar. Porque Uri es un joven que ha viajado mucho en poco tiempo: Brasil, Mexico, Argentina, Isla de Pascua, España, y Euskadi por segunda vez. Nos comentaba que si algo le ha llamado la atención estos días, ha sido que Euskadi y Chile no son tan distintos como él pensaba, refiriéndose más a sus gentes que al paisaje, ya que aunque el sur de Chile podría parecerse bastante a Euskadi, la verdad es que el país americano ofrece una de las variedades paisajísticas más grandes del mundo.

La última sección del programa estuvo dedicada a la obra "Maite Zaitut" del autor, un título que escogió por ser estas las palabras en euskera que más le gustan y porque se adaptaban también al argumento y personajes del libro. Uri nos habló de cómo y cuándo nació el libro, de que se siente afortunado por haber logrado publicarlo con bastante facilidad, de que cuando lo acabó, prefirió no releerlo profundamente para no cambiar nada, y de que le gustaría poder volver a escribir algo más, posiblemente relatos cortos. Y no descarta para ello colaboraciones con otros autores.

En resumen, una visita más que interesante para cerrar la temporada de "KK inzona". Me atrevería a decir que ha sido el invitado que de más lejos ha venido, y lo mejor es que en enero volverá a estar aquí, y puede que con nuevas ideas bajo el brazo. De momento, "Maite Zaitut" ya está a la venta en "Gráficas Legazpi" en Zumarraga, para los interesad@s.

miércoles, 29 de junio de 2011

Berlin (euskara)

Berlinek sekretuak ezkutatzen ditu. Nolabaiteko ahalkea nabaritu diot, hasiera batean bere edertasun osoa erakutsi nahi izango ez balu bezala, historian zehar gaizki tratatua izan zela onartzea lotsa emango balioke bezala. Baina hirian barneratzen zaren heinean, lilura berezi bat kontserbatzen duela konturatzen zara. Zentrualdeko eraikin eder eta monumentalen handitasunaz gain, Berlinek Mitte-a (hiriaren zentrualdea) inguratzen duten auzoetako kaleetatik galtzeko aukera eskaintzen du, baita postalek erakusten ez digutenaz disfrutatzeko ere. Hiri bizia eta aktiboa da, urteko aldi honetan behintzat. Hiri honetan beti dago zerbait ikusteko, eta aspertzen bazara, zuk nahi duzulako edo begiak nahikoa irekitzen ez dituzulako izango da.

Beste alde batetik, "Minutus Creatio" eta egungo euskal literaturari buruz hitz egiteko aukera izan nuen Freie Universität Berlin-en. Oso esperientzia atsegina izan zen, batez ere bertan egondakoek esplikatzen saiatu nintzenarekiko aurkeztu zuten interesa kontutan izanda. Pozten nau jakitea gure kulturan hain interesatuta dauden pertsonak daudela gure mugetatik at, eta hein handi batean, Mikel Babiano bezalako pertsonen esfrotzuagatik da posible guzti hau, bera izan baita ebentu honen antolatzailea. Eskerrak eman nahi dizkiot gonbidapenagatik, bere etengabeko laguntzagatik eta jazoera hau posible egiteagatik.

Berlin (castellano)

Berlin esconde secretos. He notado una especie de timidez en ella, como si en un primer momento no quisiera presentarse con todo su esplendor, como si le diera vergüenza admitir que ha sido una ciudad algo maltratada por la historia. Pero a medida que uno se va adentrando en ella, se da cuenta de que conserva una magia particular. Además de la majestuosidad de los emblématicos edificios y monumentos céntricos, Berlin ofrece la posibilidad de perderse por las calles de los barrios que rodean el Mitte (el centro de la ciudad) y de disfrutar de lo que las postales no nos enseñan. Es una ciudad viva, activa, por lo menos en estas fechas estivales, una ciudad donde siempre hay algo para ver y donde si uno se aburre, es porque quiere o porque no sabe leer entre líneas.

Por otro lado, tuve la gran oportunidad de hablar sobre mi libro "Minutus Creatio" y sobre literatura vasca actual en la Freie Universität Berlin. Fue un episodio muy agradable, y más aún teniendo en cuenta el interés que los presentes pusieron en lo que intenté explicarles. Me complace saber que hay personas tan interesadas en nuestra cultura fuera de nuestras fronteras, y en gran parte, todo ello es posible gracias al esfuerzo de personas como Mikel Babiano, que ha sido el organizador del evento y al que quiero dar las gracias por la invitación, por su constante ayuda y por hacer posible el evento.

domingo, 19 de junio de 2011

19 de junio

Tengo la manía de acordarme de muchas fechas, y entre todas ellas, por lo menos para mí, el dia 19 de junio será siempre uno de los más importantes de mi vida. Hoy hace un año que presenté "Minutus Creatio", hoy hace un año que esas pequeñas historias que un día fueron escritas en las últimas páginas de cuadernos para clase o de agendas que no llegué a completar, pasaron a crear un libro de dimensiones más bien pequeñas, pero que me ha dado más alegría que cualquier otro episodio vivido. Y no sólo por el hecho de haber conseguido publicar un libro. Me refiero, más bien, a todo lo que supuso esa publicación, tal y como expliqué en la entrada dedicada al Día del Libro.

Ha supuesto saber que hay personas a las que les interesa lo que escribo, que lo disfrutan, y que incluso han llegado a emocionarse, tal y como me pasa a mí con algunos/as escritores/as. Ha supuesto conocer a gente a la que nunca estaré lo suficientemente agradecido por toda la ayuda y los momentos de pura felicidad que me han proporcionado. Ha supuesto incluso traspasar fronteras, algunas de ellas a más de 11000 kms de distancia, pero que no por ello están más lejos que otras. Y hablando de fronteras, va a suponer incluso la posibilidad de presentar mi libro y hablar sobre literatura vasca en la Universidad de Berlin el próximo lunes día 27 de junio, de la que pronto hablaré aquí con muchos más detalles.

A veces, sobran las palabras. Pero a veces, siento la necesidad, como ahora, de hacer un intento por expresar lo que siento y dar mil gracias por todo. ¡Hasta la vuelta de Berlin!

domingo, 12 de junio de 2011

Hemen egongo bazina


Zure itzala izan nahi nuke,
egun eguzkitsu guztietan.
prest negoke zeruari eskatzeko
lainoaren edozein arrasto mendien eta arimaren gainetik kentzea.
Izpiek lekurik ez balute,
nola galduko litzateke nire begirada zure udaberrizko horretan?

Hemen egongo bazina,
nire xuxurlak baino ez zenituzke entzungo.

Hemen egongo bazina,
ez nintzateke itzal bihurtu beharko,
ez nuke tinta gehiagorik gastatuko.
Edo agian bai, eskua erraztasunez bihurtzen baita
Bihotz maiteminduaren taupaden sismografo…

… betazalak itxi eta zure irudiaren jabe egiten naizenean,
zaila baita hitzen trazua galant mantentzea.

Baina negar isilen distantzia
baino urrutiago zauden bitartean,
hau da dardaren leihoa irekitzeko
ezagutzen dudan erarik isilena, sentikorrena.

Hemen egongo bazina,
benetako gauen lekuko izango ginateke,
ilargiaren ibilaldi beteari so eginez,
zure presentzia lagun,
ezingo nuke begirik itxi,
zurekin amets egiteko ez bada behintzat.

Laster baztertuko dut nire begirada harezko erlojutik,
laster ez da laztan nahikorik egongo egun oso bat definitzeko.
Laster, balizkoa denak balio izango du,
eta lainoaren arrastoentzako bezala,
ez da etorkizunerako lekurik geratuko.

Hemen egongo bazina,
ekaineko azken ilunabarra izango zinateke…
… nire alboan etzanda,
ordulari izoztuen isiltasunari irri eginez,
zure begiak leunki ixterako momentuan. 




martes, 7 de junio de 2011

El cuento que jamás fue escrito


Necesito contártelo,
el motivo de estas lágrimas de cristal,
que de desconcierto fueron ayer
pero que solo de dicha serán ya.

Porque así me lo rogaste, y así te lo prometí.
No sin antes clamar
que nadie había ocupado antes tu lugar,
y que es cualquier señal de tu ausencia
la que me afecta más de lo que ahora puedo confesar.

Pero ya no quiero pensar,
porque tengo motivos para conocer el sabor del momento,
para soñarte,
por ser ya pedacito de alma mía,
por poder ver en ti, cada día,
el reflejo de lo que fui
y el preludio de lo que seré, junto a ti.

Hay algo de mágico
en lo que la distancia convierte en onírico,
pero cerca estoy de sentirte,
cerca estoy de saber que no hay más bella historia
que la que el mundo está por conocer.

Y no quiero explicárselo a nadie,
no quiero que nadie lo entienda...
...o lo intente entender.
Porque esto no funciona así,
porque lo vivido hasta ahora ya ha sido comprendido,
y lo que queda por vivir será solo nuestro,

será nuestra historia.

El cuento que jamás fue escrito.

La historia que solamente tú y yo
debemos ser capaces de creer,
el mismo regalo que nos hace emocionar
con mil palabras, una constante imagen
y ocasionales susurros al oído.

Estás a cuatro pasos de apagar la última vela,
pero aun en la oscuridad,
serás siempre guía de mis sentidos,
cómplice de mis sonrisas,
responsable del significado de todo lo que aquí grabo,
a fuego lento...

... porque eres el regalo más grande,
eres lo que mis ojos ansían ver.


miércoles, 11 de mayo de 2011

Cierra los ojos


Por fin me siento, y me paro a pensar.
Apenas queda un resplandor en el cielo,
el último hálito de este día de mayo,
el último rayo de vida.

Pero no quiero luces artificiales a mi alrededor,
aunque ello signifique dejarme la vista en el intento.

Porque la luz del sol que muere aquí,
no es más que la que ahora acaricia tus mejillas,
la misma que resucita
el halo verdoso de tus ojos,
ojos que buscan, tras colosos de piedra,
el mar que te guíe hasta estos brazos que acogen,
y desean ser acogidos.

Cierro los ojos, y comienzo a imaginar.
La primera luz del día te dibuja a mi lado,
duermes,
o eso intentas hacerme creer.
Cae despacio, sobre tu rostro.
Lo torna dorado.

Sonrío...

... te la intento quitar.

Me dije que jamás buscaría salidas
en laberintos que creía siempre cerrados.
Miraba ya por detrás de una cortina,
rasgándola con fuerza y dolor,
pues no veía más allá de las paredes de hierro
que parecían ser las de mi corazón.

Pero olvidé que hay quien sabe, y quiere, llamar a la puerta.
Quien busca y ansía encontrar su otro rostro dorado,
el último pétalo que diga sí.

Eres más de lo que puedo imaginar.
Eres todo lo que la ilusión me permite admirar.
Y recuerda que miles de kilómetros no son tantos,
si sabes dónde mirar.

Hay tanto milagro, como perfección,
tanta alma, como razón,
cuando siento que aunque no bebamos del mismo aire,
aunque haya que llorar la distancia,
puedo sonreír al saber que los sueños se hacen realidad.

  

sábado, 23 de abril de 2011

Feliz día del libro

Hoy, 23 de abril, es la fecha perfecta para hablar sobre una de mis mayores pasiones. Hace un año, Minutus Creatio estaba en pleno proceso de creación, y vería la luz dos meses más tarde. Ahora, casi un año después de ese momento, creo que las cosas no podrían haber ido mejor.

Me impresiona saber que mis historias han llegado a causar emoción en algunos lectores. Me han hablado de dolor, de compasión, me han hablado incluso de lágrimas sueltas. Pero también ha habido lugar para discretas sonrisas al final de otras historias. Supongo que si alguien se ha leído el libro en un solo asalto, ha podido experimentar todo esto como quien soporta las cuatro estaciones del año en un mismo día.

Nunca voy a poder agradecer lo suficiente toda la ayuda que recibí para sacar adelante este proyecto. Me emociona profundamente que aún queden personas tan comprometidas, fieles y apasionadas en este mundo. Y tampoco voy a poder agradecer nunca lo suficiente el apoyo recibido, las críticas y los halagos, las grandes y especiales amistades que Minutus Creatio me ha dado, incluso al otro lado del charco.

Quizás, antes de lo esperado, haya un nuevo proyecto en marcha. Ahora, solo es cuestión de tener tiempo, porque las ideas, las ganas y la ilusión, nunca las he perdido.

Gracias por todo, y feliz día del libro.



sábado, 16 de abril de 2011

Varsovia

Hacía tiempo que había perdido la cuenta de las veces que había revuelto el chocolate caliente con la cucharilla. En el pequeño salón no se escuchaba otra cosa que el tintineo del metal contra la porcelana. Clin, clin, clin.

Las bombas que caían al otro lado de la ventana quebraban el cielo y sacudían hasta los cimientos de la antigua casa, haciendo que los cristalitos de la lámpara de araña temblasen de miedo. Pero aquello no iba con ella. Nada de lo que ocurría al otro lado del cristal iba con ella.

Nada, o quizás todo.

El vuelo de los aviones, las sirenas de evacuación, el mundo en blanco y negro teñido de fría llovizna de noviembre, de niebla ya inventada. La ciudad gris, la ciudad destruida. En contraste con el hogar que iba a abandonar, con el olor a tostadas recién hechas, con el humo que escalaba en espirales desde su taza hacia el techo, con el carmín rojo a juego con su nueva falda, lo último en Varsovia. Decían.

Estiró el cuello irguiéndose en la silla, vano intento de guardar la compostura. Quiso servir chocolate en la taza al otro lado de la mesa, pero la jarrita y el alma pesaban demasiado. Con manos temblorosas, la bebida se derramó por el blanco mantel de puntillas. Habría sido difícil servirlo, pero más aún controlar el sollozo. Siguió intentándolo aun con ojos vidriosos hasta que la taza rebasó de dulce brebaje. El vapor ascendió rápido, juguetón, ajeno a lo que ocurría en la ciudad, ajeno al horror de la matanza, al rugido de las bombas y a la desesperanza de los hombres que jamás volverían a escuchar un “sí”.

            Cuando la lámpara de araña volvió a tintinear, ya no había humo que ascendiese de la taza de la mujer. Pero la tacita de enfrente siguió humeando después de que el ventanal hubiese reventado en mil pedazos, salpicándolo todo con una lluvia de finas agujas de cristal. Siguió hasta que los ojos de su hombre se apagaron para siempre, perdidos y desenfocados en un punto de la ardiente ciudad.

            Y en ese momento, la taza se enfrió. 





sábado, 2 de abril de 2011

Segura Irratian

Beste pausotxo bat eman dut "Minutus Creatio"rekin, eta gaurkoa pauso polita izan da, apirila hasierako egun udaberritsu hau bezala. Epela. Argazki bat ateraz hasi dugu saioa, baina joku baten moduan. Kameraren "Macro" funtzioa erabili eta mikrofonoen argazki bat ateratzea erabaki dut, irratiaren esanahi hori errepresentatu nahian milisegundu batean. Eta ondoren, elkarrizketari ekin diogu oso gustora, etxeko egongelan egongo bagina bezala. Epel.

Eduki dugu denbora lasai hitz egiteko. Liburua nola sortu zen, zergatik aukeratu nituen gai horiek, zergatik umeen  zerua zirko bat den, nondik datorren inspirazioa, Berlineko proiektua, dagoeneko martxan dagoena... eta egon da denbora galdera kurioso batzuentzako ere: zer egingo zenuke Pau Gasol bezain altua izango bazina? Zer egingo zenuke Michael Jordan bezain beltza izango bazina? Hori izan da zuriz geratu naizen momentu bakarra, oso oso gustora egin baitut gaurko elkarrizketa. Mila esker larunbat goizetako errutina aldatzeagatik, eta zorionak, Irati eta Ekaitz, egiten duzuen lanagatik. Uda hemen bueltan dago, eta horrek gauza bat baino ez du esan nahi: laister arte. 



sábado, 19 de marzo de 2011

Dolió (2ª parte)

Ciegos son tus ojos,
mas no tanto como los míos.
Vivieron caprichosos,
sedientos de tu luz.

Leí tus mentiras, me creí tus miradas.
Jugaste y yo te acompañé,
bailando al ritmo de tus farsas,
creyendo y queriendo
seguir el compás de tu
maldita hipocresía.

Pareces tener sed,
diría que quisieras beber
de mis propias lágrimas


                                   Del manantial de las penas
                                   no cesan de brotar.


¿Cuándo vas a saciarte?


                                    … dímelo
                      … no alargues esto
o creeré que buscas mi amargura.

No hace falta insinuarte
cuántas líneas has de escribir
para que el agua sea dulce,
y no te atragantes
con pedazos de mi alma rota.

Si quieres yo te lo cuento,
pero no me hagas repetirlo dos veces;
no lo voy a hacer.

De dignidad va la cosa,
de propia supervivencia,
de retener en mí lo poco que queda.

¿Y crees seguir mereciendo
que te lo repita?

Lo haré… siempre…

                                               ¡NO!


    …

        …

             …



No todos somos piezas de tu tablero.

Quisiera poder moverme por mi cuenta,
atacar o defenderme,
mirarte a los ojos y decirte
si te quiero
                                   o te quiero más aún.


Dolió…

… convencerme de tu peligro.

Puse fin sin saber muy bien lo que me proponía
puse fin por la incógnita de esa primera vez,
por sentirme débil y por el qué dirán.

Y que me quemen si lo vuelvo a repetir.

Pero rompí porque ya no soportaba
tanto rechazo.

Me fui,
por el ocaso de la mayor de mis virtudes.


Piensa… ten paciencia…


Yo la tuve,
hasta que acabaste con ella.


   …

       …



Dolió

obligarme a dejar de verte como
la más perfecta de las creaciones,
algo más bello que una segunda mitad,
porque bello es tu significado.

Ya cada parte de mí es tuya.



Necio fui al pensar
que la suerte llega a pares
y que los recuerdos son solubles,
que sólo los desalmados olvidan
y que olvidarme de ti
sería peor que vagar sin alma.

Intenté imaginar una vida
salpicada de extrañas sonrisas
y miradas transparentes
con falsedad respondidas.

Y al instante vi abismos…

Entonces nada dolió tanto como
la crueldad de mi mente.


Por mostrarme equívocas salidas,
por querer engañarme inútilmente
cuando ya todo mi cuerpo danzaba
a un único compás.

Nada dolió tanto, te digo…

… nada…

… nada, excepto tú.


Que te entregaste a otros brazos
como corren los ríos hacia el mar,
caprichosa e inexorablemente.

Nada excepto tú,
que desde tu misterioso y estrellado cielo
lanzabas destellos de
falsas esperanzas.

O eso creía yo,
porque así me lo hacías ver.


Iluso me llaman,
iluso por creer que mis historias saben volar.
Y tampoco quiero engañar a nadie
fingiendo no serlo.

Pero no desoigas mis palabras cuando te digo,
aunque ocurran mil malentendidos,
que sólo los ilusos acarician los sueños.

Y si esto no es suficiente para que
mis confesiones hagan mella en ti,



                                               quédate y escucha



… escúchame por primera vez en tu vida,
no apartes la mirada de estas líneas,
ten la decencia de no convertirlas
en sordas palabras.

Porque en ellas me he reflejado,
en ellas me he humillado…

porque lo menos que merezco
es ser escuchado.

   …

      …


Soñar como nadie,
llegar más lejos aún que ningún otro.

He conocido el confín de las ilusiones.

                                   Tú me hiciste llegar allí.

Sin saber siquiera si puedo presumir de ello,
¿qué me queda sino regresar?


Jamás me pierdo en mi laberinto
de lo posible,
mas temo no saber dónde llega a acabar.
Nunca te daré la satisfacción
de haberlo reducido a cenizas,
me recordarás, en cambio,
que tu amor le dio forma al fin.


Dime
cuándo volverás a ser tú,
cuando dejarán de sucumbir tus ojos
ante tanta superficialidad.

                                   ¿Por qué no te das cuenta?

Y entonces yo,
por mucho que nada doliera tanto como tú,
mi rostro así surcado
por lágrimas de sangre,
no seré desalmado y
suplicaré…

… aun teniendo que presenciar
mil amaneceres
tras mil noches en vela.



Esperaré
como hago siempre…
Y aunque nadie haya soportado
este sufrimiento,

lloraré, pero por amor.

Lloraré hasta ahogarme
en mi pozo de las ilusiones,
pero antes te ahogarás tú
conmigo,
                        para siempre.

... y si dolió,
cantarás tus canciones
susurrándolas en mi oído,
curarás con tus besos
mi alma y tus errores.






Perdóname,
por no saber perdonarte.


Te perdonaré,
cuando sepas cómo curarme.


Porque no sabes cuánto dolió.